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sábado, 26 de enero de 2013

MEMORIAS DE UN FRIQUI, 1984: los cómics Fórum



 Al final sucedió la tragedia. Mis amigos me lo habían avisado de antemano y yo, incauto, no les hice caso. Ya había escuchado que esto mismo les había sucedido a otros, pero yo nunca pensé que fuera a pasarme a mí algo parecido. Me equivocaba.
Volvía del trabajo confiado, desconocedor de la cruel sorpresa que el destino me había deparado, hasta que cerré la puerta, entonces noté una extraña calma. Algo iba mal, había demasiado silencio. La tele estaba apagada, mi esposa leía un libro en su butaca y mi hijo estaba en su habitación. El salón estaba demasiado ordenado. A esta hora, Carlitos tenía que tenerlo lleno de juguetes rotos. Definitivamente, algo había pasado.
-Hola cariño, ya estoy aquí, ¿ocurre algo?
-¿Por qué dices eso? Todo está normal. ¿Qué tenía que pasar?
Respuesta equivocada. Había pasado algo y querían ocultármelo.
-¿Qué acaece aquí?
-Cariño, no sé a qué te refieres.
Mi sentido arácnido parecía que iba a hacerme estallar la cabeza. Fui corriendo a mi habitación. A mi vitrina. Todo estaba ordenado, pero por otra persona. Cualquier friqui sabe cuándo alguien ha tocado sus cómics, lo siente en la fuerza. Un friqui es uno con sus cómics.
Los reuní todos, todas mis colecciones: La Patrulla X, Los Nuevos Titanes, Crisis, X-Men, Excalibur, Los Cuatro Fantásticos, Factor X, La Masa... La Masa, algo le pasa a mi lechuga favorita. Entonces se me encogió el alma. Falta un número. Falta el número 30. Falta mi número 30. ¿Dónde está mi número 30?
Aquí está el cómic, ¿Ves?


lunes, 21 de enero de 2013

COMING SOON (osea, próximamente): EQUUS-MEN

Próximamente pienso escribir mi versión de superhéroes españoles. Espero que os gusten. Aquí va el anuncio.

viernes, 18 de enero de 2013

MEMORIAS DE UN FRIQUI 1983: el camello de cuatro patas



Hace unos días, el hijo de la vecina del quinto -la del perro asesino- celebró su undécimo cumpleaños; por cuestiones que tienen el mismo fundamento lógico que las de la política exterior de Israel para bombardear a Palestina, mi hijo de cinco años, mi mujer y yo nos personamos en su casa con el inevitable regalito, elegido por mí y envuelto por mi esposa, aunque en la tarjetita rezara: de parte de Carlitos (que es mi hijo).

Me dispuse a sentarme en un sofá a escuchar los chistes verdes de los otros padres y, de paso, escudarme de la algarabía de niños corriendo, perro ladrando y un payaso inflando globos (que juraría que es el sobrino de la dueña del “todoaveinteduros”, que estudió Arte Dramático y que a veces se pone frente a la Catedral disfrazado de estatua). Con mi vaso de Gold Cola en la mano y mientras me preguntaba dónde había comprado estos refrescos, porque juraría que la empresa cerró hace años, pude ver a lo lejos la cara de un niño abriendo el regalo con ese mínimo de emoción que suelen tener los niños hoy en día cuando comprueban que no es algo para la Play. Una caja de clicks medievales. Levantó una ceja y la miró con indiferencia, ni siquiera la abrió para ver el catálogo que solían traer. Tal y como le quitó el papel de regalo, la dejó sobre una mesa y se fue al videojuego.

-Boby, ¿Qué se dice? –le instó la madre
-Gracias –respondió el niño sin apartar la vista del televisor.

La madre, complacida por la buena educación de su hijo, continuó su charla con mi esposa. Gracias a Dios, la fiesta terminó antes de tiempo porque al payaso se le explotó un globo y el perro asesino le atacó fieramente desatendiendo la autoritaria llamada que su ama le hacía sin moverse del sitio «Mariano, ven aquí. No, Mariano, no. Aquí».

Mientras bajábamos en el ascensor pude constatar lo víboras hipócritas que éramos, no dejamos de criticar ferozmente la fiesta a la que habíamos acudido tan sonrientes, que si tenía unas cortinas horribles, que un perro así de grande no tendría que estar en un piso tan pequeño o que tenía al niño malcriado. Yo me mantuve callado y asintiendo, como hacía mi mujer. Llegados a nuestro piso, cenamos y acostamos al niño y ya en la cama, pude desahogarme a gusto.
-El niño ese ni ha abierto la caja de los clicks, a su edad, ya habría perdido la mitad de las espadas debajo de la lavadora de tanto jugar, pero él...
-Los tiempos cambian, ya te lo dije cuando fuimos a comprarlo, a los niños de once años ya no les gustan los muñecos. Ahora hasta le meten mano a una novia.

Aquella noche me acosté recordando la época en la que yo tenía once años. Parece mentira, ya han pasado más de dos décadas.

Era el año de Nuestro de Señor de 1983. Por aquel entonces, Forum vendía sus primeros tebeos de superhéroes aunque yo no lo supiera, Pedro Almodóvar cosechaba sus primeros éxitos cantando con Mc Namara Susan get down, Emilio Aragón seguía una línea blanca al son de la música del Puente sobre el río Kwai ¡y eso era lo más gracioso de la televisión!, Michael Jackson tenía que maquillarse para parecer un zombi y un pingüino rosa demostraba que un programa infantil podía tener las palabras «libro» y «gordo» en su título sin asustar a la audiencia.