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lunes, 28 de octubre de 2013

Cómo ser un escritor famoso: capítulo 1: Empecemos por el principio, que es la mejor manera de no terminar antes del final

Quieres ser un escritor famoso. Deseas que tu nombre aparezca en letras más grandes que el título de los libros que escribas, que tu opinión aparezca en los periódicos y la gente te insulte por twiter. Si quieres todo esto, yo te enseñaré cómo conseguirlo. ¿Que quién soy yo para dar consejos? Entiendo que despierte cierta desconfianza, ¿por qué un desconocido va a enseñar a alguien a ser famoso? La respuesta es sencilla: no soy un desconocido. Soy un escritor muy famoso, famosísimo. De mis libros se han hecho series de televisión que tratan sobre cómo he escrito los libros que fueron llevados al cine. He preferido ser discreto creando este alter ego para no asustar con mi apabullante fama. Además, es bueno que solo unos pocos privilegiados se beneficien de mis sabios consejos. Si todos mis admiradores, que se cuentan por legiones, dieran con la alquimia de mi éxito, nos encontraríamos ante una catástrofe de proporciones bíblicas. El mundo no está pensado para que miles de millones de personas sean tan famosas como yo.
Pero volvamos al tema: ser un escritor famoso. Antes de empezar, hay que tener claro qué significa eso, porque muchos confunden «escritor famoso» con «escritor prestigioso» y no es lo mismo, así que vamos a estudiar las diferencias. Para ello, observa las siguientes ilustraciones:



lunes, 11 de febrero de 2013

MEMORIAS DE UN FRIQUI, 1985: "V"


Ingresado en el hospital un niño de trece años que intentó tragarse un ratón vivo
En 1985 este titular se repitió hasta la saciedad en las páginas de sucesos de los periódicos. Cualquier persona que haya nacido antes de 1979 sabrá por qué. Fue algo como aquellos niños que saltaban por la ventana para salir volando cuando se rodó Superman. Algo relativamente común...
Sí, vale, vale, lo reconozco. No fue algo tan común. Era una cosa bastante estúpida. Pero que quede claro que yo nunca salté por ninguna ventana para parecerme a Superman ni me tragué nunca un ratón.
Lo que me tragué fue un hámster, que es muy distinto.
Antes de que me crucifiquéis y penséis, «mira el friqui este, ya de chico lo flipaba» quiero aclarar unas cuantas cosas. La situación fue muy distinta, había que estar ahí para entenderlo. Os voy a poner en antecedentes...
Todo sucedió en 1985, por aquel entonces había gente que pensaba que Lorenzo Lamas iba a ganar un óscar; Kiko Veneno salía en un programa infantil; Lobezno decía “sapristi”; David Hasselford prefería un buen coche a unos implantes de silicona; al Un, Dos, Tres no se le consideraba un programa cultural (aunque por entonces era igual de penoso) y Estados Unidos ayudaba a los países africanos con canciones como We are the world en vez de con bombardeos masivos. Claro que ya por entonces había muchas semejanzas con nuestro presente, como por ejemplo, Arnold Schwarzenegger ya era un androide que apoyaba la destrucción masiva de los seres humanos.

sábado, 26 de enero de 2013

MEMORIAS DE UN FRIQUI, 1984: los cómics Fórum



 Al final sucedió la tragedia. Mis amigos me lo habían avisado de antemano y yo, incauto, no les hice caso. Ya había escuchado que esto mismo les había sucedido a otros, pero yo nunca pensé que fuera a pasarme a mí algo parecido. Me equivocaba.
Volvía del trabajo confiado, desconocedor de la cruel sorpresa que el destino me había deparado, hasta que cerré la puerta, entonces noté una extraña calma. Algo iba mal, había demasiado silencio. La tele estaba apagada, mi esposa leía un libro en su butaca y mi hijo estaba en su habitación. El salón estaba demasiado ordenado. A esta hora, Carlitos tenía que tenerlo lleno de juguetes rotos. Definitivamente, algo había pasado.
-Hola cariño, ya estoy aquí, ¿ocurre algo?
-¿Por qué dices eso? Todo está normal. ¿Qué tenía que pasar?
Respuesta equivocada. Había pasado algo y querían ocultármelo.
-¿Qué acaece aquí?
-Cariño, no sé a qué te refieres.
Mi sentido arácnido parecía que iba a hacerme estallar la cabeza. Fui corriendo a mi habitación. A mi vitrina. Todo estaba ordenado, pero por otra persona. Cualquier friqui sabe cuándo alguien ha tocado sus cómics, lo siente en la fuerza. Un friqui es uno con sus cómics.
Los reuní todos, todas mis colecciones: La Patrulla X, Los Nuevos Titanes, Crisis, X-Men, Excalibur, Los Cuatro Fantásticos, Factor X, La Masa... La Masa, algo le pasa a mi lechuga favorita. Entonces se me encogió el alma. Falta un número. Falta el número 30. Falta mi número 30. ¿Dónde está mi número 30?
Aquí está el cómic, ¿Ves?


lunes, 21 de enero de 2013

COMING SOON (osea, próximamente): EQUUS-MEN

Próximamente pienso escribir mi versión de superhéroes españoles. Espero que os gusten. Aquí va el anuncio.

viernes, 18 de enero de 2013

MEMORIAS DE UN FRIQUI 1983: el camello de cuatro patas



Hace unos días, el hijo de la vecina del quinto -la del perro asesino- celebró su undécimo cumpleaños; por cuestiones que tienen el mismo fundamento lógico que las de la política exterior de Israel para bombardear a Palestina, mi hijo de cinco años, mi mujer y yo nos personamos en su casa con el inevitable regalito, elegido por mí y envuelto por mi esposa, aunque en la tarjetita rezara: de parte de Carlitos (que es mi hijo).

Me dispuse a sentarme en un sofá a escuchar los chistes verdes de los otros padres y, de paso, escudarme de la algarabía de niños corriendo, perro ladrando y un payaso inflando globos (que juraría que es el sobrino de la dueña del “todoaveinteduros”, que estudió Arte Dramático y que a veces se pone frente a la Catedral disfrazado de estatua). Con mi vaso de Gold Cola en la mano y mientras me preguntaba dónde había comprado estos refrescos, porque juraría que la empresa cerró hace años, pude ver a lo lejos la cara de un niño abriendo el regalo con ese mínimo de emoción que suelen tener los niños hoy en día cuando comprueban que no es algo para la Play. Una caja de clicks medievales. Levantó una ceja y la miró con indiferencia, ni siquiera la abrió para ver el catálogo que solían traer. Tal y como le quitó el papel de regalo, la dejó sobre una mesa y se fue al videojuego.

-Boby, ¿Qué se dice? –le instó la madre
-Gracias –respondió el niño sin apartar la vista del televisor.

La madre, complacida por la buena educación de su hijo, continuó su charla con mi esposa. Gracias a Dios, la fiesta terminó antes de tiempo porque al payaso se le explotó un globo y el perro asesino le atacó fieramente desatendiendo la autoritaria llamada que su ama le hacía sin moverse del sitio «Mariano, ven aquí. No, Mariano, no. Aquí».

Mientras bajábamos en el ascensor pude constatar lo víboras hipócritas que éramos, no dejamos de criticar ferozmente la fiesta a la que habíamos acudido tan sonrientes, que si tenía unas cortinas horribles, que un perro así de grande no tendría que estar en un piso tan pequeño o que tenía al niño malcriado. Yo me mantuve callado y asintiendo, como hacía mi mujer. Llegados a nuestro piso, cenamos y acostamos al niño y ya en la cama, pude desahogarme a gusto.
-El niño ese ni ha abierto la caja de los clicks, a su edad, ya habría perdido la mitad de las espadas debajo de la lavadora de tanto jugar, pero él...
-Los tiempos cambian, ya te lo dije cuando fuimos a comprarlo, a los niños de once años ya no les gustan los muñecos. Ahora hasta le meten mano a una novia.

Aquella noche me acosté recordando la época en la que yo tenía once años. Parece mentira, ya han pasado más de dos décadas.

Era el año de Nuestro de Señor de 1983. Por aquel entonces, Forum vendía sus primeros tebeos de superhéroes aunque yo no lo supiera, Pedro Almodóvar cosechaba sus primeros éxitos cantando con Mc Namara Susan get down, Emilio Aragón seguía una línea blanca al son de la música del Puente sobre el río Kwai ¡y eso era lo más gracioso de la televisión!, Michael Jackson tenía que maquillarse para parecer un zombi y un pingüino rosa demostraba que un programa infantil podía tener las palabras «libro» y «gordo» en su título sin asustar a la audiencia.