Al final sucedió la tragedia. Mis amigos me lo habían avisado de antemano y yo, incauto, no les hice caso. Ya había escuchado que esto mismo les había sucedido a otros, pero yo nunca pensé que fuera a pasarme a mí algo parecido. Me equivocaba.
Volvía del trabajo confiado, desconocedor de la
cruel sorpresa que el destino me había
deparado, hasta que cerré la puerta, entonces noté una extraña
calma. Algo iba mal, había demasiado silencio. La tele estaba
apagada, mi esposa leía un libro en su butaca y mi hijo estaba en su
habitación. El salón estaba demasiado ordenado. A esta hora,
Carlitos tenía que tenerlo lleno de juguetes rotos. Definitivamente,
algo había pasado.
-Hola cariño, ya estoy aquí, ¿ocurre algo?
-¿Por qué dices eso? Todo está normal. ¿Qué tenía que pasar?
Respuesta equivocada. Había pasado algo y querían ocultármelo.
-¿Qué acaece aquí?
-Cariño, no sé a qué te refieres.
Mi sentido arácnido parecía que iba a hacerme
estallar la cabeza. Fui corriendo a mi habitación. A mi vitrina.
Todo estaba ordenado, pero por otra persona. Cualquier friqui sabe
cuándo alguien ha tocado sus cómics, lo siente en la fuerza. Un
friqui es uno con sus cómics.
Los reuní todos, todas mis colecciones: La Patrulla X, Los Nuevos
Titanes, Crisis, X-Men, Excalibur, Los Cuatro Fantásticos, Factor X,
La Masa... La Masa, algo le pasa a mi lechuga favorita. Entonces se
me encogió el alma. Falta un número. Falta el número 30. Falta mi
número 30. ¿Dónde está mi número 30?
Aquí está el cómic, ¿Ves? |
-Cariño, sabes que el niño está en esa edad en la que es muy curioso y tiene medios para alcanzar los puntos más inaccesibles. Recuerda cuando cogió mi oboe.
-Una flauta no es lo mismo que un valiosísimo cómic.
-¿Era uno de esos que tú llamas de coleccionistas que valen mucho
dinero, según tú pero que nunca has conocido a nadie que quisiera
pagar esas cantidades?
-¿Era? ¿Qué quieres decir con “era”? ¿Es que el número 30 ya
no es? ¿Qué le ha pasado? Necesito verlo.
-Te conozco, cariño, sé que no lo vas a poder
soportar, si cuando se te desencuadernó el Guantelete ese te pusiste
enfermo...
-¿Dónde está?
Me condujo en silencio hacia la basura de cartones
y papeles. Estaba ahí, mutilado, dentro de una caja de pizzas del
“Día”, pintarrajeado. No podía hacerse ya nada por él. Lo cogí
y lo abracé. Ya sé lo que sintió Bruce cuando se le murió su
Betty.
Hubiera gritado «Nooooo. Juro que pagarás por
esto». Pero no era el Duende Verde, sino mi hijo el que había
destruido ese cómic. Tuve que contentarme con «no habrá tele
durante un mes».
-Pero cariño, si los tienes más antiguos, este
era uno más.
-No, este era especial. Era el primer cómic
Forum, que compré. Los otros los compré posteriormente...
Ahí me quedé, mirando las troceadas viñetas de
aquel cómic y recordé aquella vez que lo compré, diciembre de
1984, no eran tiempos tan distantes (ni tan malos como los suponía Orwell); por ejemplo, lo
último en sistemas de adelgazamiento llegados directamente desde
Estados Unidos también era lo de la
gimnasia pasiva, pero en vez de llamarse Gymform,
se llamaba Kynegim.
Había un mal actor en el primer plano de la política de los Estados
Unidos. En vez de Operación Triunfo
estaba Gente Joven,
la única diferencia entre ambos programas estribaba que, mientras
que los primeros buscan estrellas, los segundos encontraban cantantes
de verdad. Si hoy en día las adolescentes se enamoran de un
sex-symbol que le gusta vestirse con ropa interior de mujer (véase
cierto futbolista modelo), las adolescentes de entonces se vestían
como el sex-symbol del que se enamoraban (véase Boy George).
Aquí veis por qué los hombres de los 80 no vestían como él, sino las mujeres. |
Lo que he dicho, no había mucha diferencia: por
entonces, en vez de Jet Lee estaba Chuck Norris (vale, Chuck Norris siempre estará presente); en vez de UPA
Dance, teníamos Fama
(ya quisiéramos que bailaran como Leroy), en vez de American
Pie o Boat
Tripe (¿Por qué nos llegan aquí esos
bodrios?) teníamos Movida en la
Universidad y Jaimito
y las enfermeras (sí, esta última
película era italiana, es que, por entonces, se veía más cine
europeo), la única diferencia estaba en que por entonces Sergio
Dalma era cantante de anuncios (tu vida cambió, hoy no eres como
ayer...)
Cine europeo del bueno |
En diciembre de 1984, yo ya no era un niño; ya
había cumplido los doce años y esa es una edad de sutiles cambios:
ya había abandonado los libros de Julio Verne y mi autor favorito
era Michael Ende; Michael Ende por entonces era algo así como hoy J.
K. Rowlin pero sin tanto lastre publicitario. Había escrito los
libros más influyentes de mi preadolescencia, Jim
Botón y Lucas el maquinista, Momo
o La Historia Interminable,
de hecho, se había llevado al cine esta última (donde cambiaban a
Bastian y lo convertían en un americanito delgado que se quedaba en
la mitad del libro).
A los doce años, conocí lo que se llamaba “paga de la semana”
que siempre ascendería a la misma cantidad que la de mi vecino, unas
cincuenta pesetas (30 céntimos) y las gracias. Si acaso, en tu cumpleaños, podía
caerte un billete de quinientas pesetas (3 euros) y mucho es.
En fin, de pronto, me vi que los domingos tenía
dinero y no sabía en qué gastarlo. Durante todo el verano, lo había
despilfarrado jugando a las “maquinitas” de los salones
recreativos (Kung fu master,
Pac-man,
Space Invaders...)
Esto es un juego y no esas comeduras de coco que te dan ahora. Aquí lo que tienes que hacer es ir por una casa sin pared y tirar a base de hostias a todo el que veas. |
pero viendo lo rápido que se me iba el dinero y lo peligroso que se
había vuelto el lugar (ya he dicho que me crie en un barrio que
traducía “salón recreativo” por “sitio donde van niños
indefensos con pasta gansa”), opté por gastarlo en otra cosa: los
monta-man
unos muñecos famélicos, más desmontables que montables y que no se
podían tener en pie, pero que, no obstante, a favor tenían que
valían cinco duros. Los había de todo tipo: submarinista,
mercenario, vaquero... A mí me encantaban. Conforme conseguía la
paga, iba directo al quiosco y me compraba uno.
Aquí los tenéis. Vistos ahora, la verdad es que dan un poco de grima... |
Pero fuera del fin de
semana, me daba cuenta de la realidad. Mis compañeros parecían
progresar adecuadamente y no solo en las notas, también lo hacían
en sus personalidades.
A los doce años, uno ya se decanta por lo que va
a ser en el futuro. Por un lado, estaban los Boy-scout (boyescau), que tocaban
sus guitarras y se iban de excursión; entre los mayores, los rockers
que se hacían tupés y vestían cazadoras y, por último, los más
comunes, los que jugaban al fútbol mientras se imaginaban ser
Maradona, Platini, Buyo o Gordillo. Pero yo, incapaz de tocar
cualquier instrumento y aborrecedor de la vida campestre hacía que
descartara automáticamente la vía Scout y además, me había criado
en un barrio donde llevar un pañuelo en el hombro y pantalones
cortos era un cheque en blanco para recibir palizas y bromas
humillantes cimentaba esa decisión; todavía no tenía edad para
abandonar el chubasquero y llevarme media hora ante un espejo para
engominarme un tupé, por lo que también me alejaba de los rockers
y, por último, jugando al fútbol era tan malo que no me querían ni
siquiera de árbitro, si acaso, juez de línea y en futbito no existe
el fuera de juego.
En mi barrio se había puesto de moda el Break
Dance, todos sabemos de qué va, se
ponía un “parqué” en el suelo y hala, a dar vueltas y hacer
movimientos tan difíciles y peligrosos que ni Spiderman podría
hacerlos porque su sentido arácnido no le dejaría. Lo intenté
durante un par de tardes, Dios sabe que lo intenté, pero mi
coordinación no servía ni para jugar con el juego de la Botilde de
mi hermana...
Aquí está la botilde esa, servía para poner en manifiesto lo fácil que es tropezar. |
¿Qué podía hacer? Estaba condenado a caminar solo, por un mundo
que me era hostil, incomprendido por la humanidad... hmmm, esto me
recuerda a algo, ahora que caigo.
Junto con los sutiles cambios que interactúan en los que ya hemos
comentado (el concepto “interacción” es clave para la Psicología
Evolutiva) estaban dos cambios importantes en el colegio: el uso de
libretas de tamaño folio y que los alumnos de sexto compartían
recreo con los de octavo.
Esto nos lleva a que todos los niños de sexto
teníamos como objeto de admiración a estos mayores de octavo que,
aunque no pasaran de los catorce años, para nosotros eran solo un
escalón inmediatamente inferior a la madurez. A la vez, las libretas
de tamaño folio se habían convertido en el camuflaje perfecto para
introducir material no permitido en un colegio de curas. La suma de
estos factores dará lugar a la proliferación de contrabandistas de
sexto en busca de una popularidad fácil entre los mayores, que no
eran si no unos adolescentes con una verdadera revolución hormonal
que el ambiente represivo de un colegio de chicos había llevado
hasta extremos desconocidos por cualquier sexólogo.
Un servidor pasaba tan desapercibido que ni
siquiera era impopular; esto me hacía sentir insignificante, así
que pensé, «ésta es la mía». Las ideas de popularidad y fácil,
eran demasiado atractivas para mí. Me imaginé como un sagaz
contrabandista, una especie de Han Solo de las revistas porno para
Jabba... Dejémos mejor esta metáfora, porque en estos momentos hay
tantos chistes en mi cabeza que estoy saturado.
Después de haber hecho las averiguaciones
pertinentes, descubrí que existía un quiosco convenientemente
alejado de mi barrio donde el dueño no hacía preguntas, se
encontraba en un callejón solitario y oscuro, además, siempre
estaba abierto. A cualquier hora. Lo llamaban el “quiosco de
guardia” con los años descubrí que el estar de guardia no era el
único parecido que tenía este tipo de quioscos con las farmacias,
no sé si ser más explícito, solo decir que a las cinco de la noche
nadie necesita comprar periódicos.
A las siete de la tarde era ya de noche, era jueves, el callejón
estaba solo y yo tenía mi dinero ahorrado en el bolsillo. Me senté
en el escalón de un portal a asegurar la zona. El quiosco estaba
literalmente empapelado de revista de señoritas desnudas que sacaban
la lengua o se metían algo cilíndrico en la boca. Esperé entre
profundas respiraciones a que no hubiera nadie en el callejón.
Siempre que me levantaba resuelto a comprar la revista, llegaba una
ancianita y pasaba cerca, por lo que, disimuladamente, volvía a
sentarme.
Una de las veces, cuando me había acercado lo
suficiente, apareció de la nada la Milá, era una profesora que, en
verdad no se llamaba así, solo que ese era su mote porque era una
mujer muy seria (Sí, sí, por entonces, Mercedes Milá era una
periodista seria y respetada que podía enorgullecerse de haber sido
la última persona en entrevistar a Julio Cortázar), por lo que
disimulé mirando las carteleras de Gremlins,
Cazafantasmas,
Karate Kid,
La historia interminable,
Indiana Jones y el Templo maldito
o Cristal Oscuro
(Ahora que lo pienso, aquellas navidades cubrieron el cupo de mi cine
fantástico favorito para diez años por lo menos) no me vio, así
que compró una revista porno y se marchó. (¡¿?!).
Ya eran casi las nueve, iba a llegar tarde. O me
decidía o tendría que esperar hasta el lunes, porque yo no quería
estar todo un fin de semana escondiendo la revista. Así que me
acerqué decidido, valiente, seguro de mí mismo, como si me hubiera
dedicado a comprar revistas pornográficas desde que tenía uso de
razón.
-¿Me da el... uh?
En ese momento, precisamente en ese momento,
tenían que aparecer Gregorio mi primo y sus amigos de clase. Ya
había puesto el dinero sobre el mostrador. Tenía que comprar algo.
Pensé rápido. Pedir algo no comprometedor que supiera que no
tendrían.
Apareció como un rayo la idea. Un tebeo de superhéroes. En ese
quiosco seguro que no lo tendrían.
-¿Me da un tebeo de la Masa?
-No tengo tebeos.
-Vale, entonces nada.
-Aquí tampoco venden tebeos –escuché que decía un amigo de
Gregorio.
-¿Qué ibas a comprar, un tebeo de la Masa? –preguntó mi primo.
-Euh... Sí, pero no los hay.
-Ven con nosotros, también estamos buscando tebeos de Fórum.
Así que me vi comprando el número 30 de La
Masa, aquella sería la primera de las
muchas veces que me patearía la ciudad en busca de un quiosco donde
estuviera el cómic que buscaba.
Pero no me arrepentí. Ahí estaba, dentro de una
pila de cómics y revistas que la quiosquera nos plantó en la cara.
Fue amor a primera vista. Hulk desprendía varias piedrecitas del
pecho de la Cosa de un puñetazo que le daba y, a la vez, tenía
anudado a Reed Richards con la otra mano. Y eso no fue todo, al mes
siguiente descubrí que en el mismo quiosco me esperaría el
siguiente y así sucesivamente. Atrás quedaron aquellos cómics de
numeración desordenada que anunciaban cosas que ya no existían (por
ejemplo, aquellas chucherías que eran pepitas de oro, salvo los
“Peta Zeta”, Bruguera no anunciaba cosas que se vieran en las
tiendas que yo sepa). Creo que en ese punto, mis padres hubieran
preferido que me hubiera comprado la revista porno, porque fue en ese
momento precisamente cuando me convertí en un friqui.
La de anuncios que vi en los Bruguera al astronauta ese que parece volar a base de los gases que la chuchería le daba... |
En serio, busqué esas malditas pepitas por todos los quioscos y jamás las encontré. Hubiera sido más fácil encontrar las de verdad. |
Los friquis no éramos populares, pero al menos,
pertenecíamos a un mismo círculo de amistad y, hay que añadir en
defensa nuestra, que nosotros no somos los especímenes aislados y
solitarios que tan tópicamente suele decirse que somos. De hecho, un
friqui presenta un carácter bastante abierto ante otros de su misma
especie, incluyéndolos en su comunidad, prestándole sus más
preciados tesoros como los cómics que cada mes salían (hay que
señalar que esta costumbre no se ve en otras tribus urbanas). Mi
popularidad se basó en ser el único coleccionista de la Masa. Por
95 pesetas al mes, leía el Conan
de mi primo Gregorio, el Spiderman
y las Novelas Gráficas de su amigo Antonio, el Daredevil
de su hermano Carlos, Los 4 Fantásticos
y Los Vengadores
de Sergio o el Thor el Poderoso
y la Aventuras Bizarras
de Roberto. Forjamos así el primer círculo de coleccionistas que
conocí, además, en Fórum se veía una sección llamada Marvelmanía
donde escribían otros friquis de toda España. Eso fue importante
para mí. Ya no estaba solo. Los friquis no éramos una estirpe
maldita. Sabíamos de la existencia de otros seres como nosotros.
Ahora, tenía en mis brazos algunas tiras arañadas
donde se podía ver a Hulk con un tejado en las manos, a Hulka
rompiendo una torre o también una carta de E. Suárez Roberts de
Madrid que decía tener 6 años al que le encantaban los cómics de
La Masa.
¿Cómo podrían entender lo que sentí entonces?
Me vengaría, juré que lo pagaría caro. Ya sé lo que haría. Haría
que Carlitos se entusiasmara por los cómics y cuando llevara varios
años juntándolos, yo fingiría tener demencia senil y le rompería
el que más apreciara...
Mi esposa me leyó el pensamiento (me casé con ella porque siempre
sospeché que era mutante, aunque eso se verá dentro de unos
capítulos) y me dijo:
-Pues peor sería que hubiese tocado un cómic guionizado por Alan
Moore o Frank Miller, o uno de esos que dibujó Pacheco, Romita o
Stan Lee...
Qué joía es. Cómo
sabe que uno de mis mayores fetiches es escuchar cómo dice nombres
de autores de cómics, hasta le perdono que crea que Stan Lee es
dibujante.
–Se me ocurre que Carlitos es lo suficientemente
listo como para saber que no debe cruzarse en tu camino, ¿qué tal
si nos escondemos en nuestro microverso hasta entonces?
Ya entiendo lo que hacía Betty para calmar a Hulk en esos números
de Peter David y Liam Sharp...
No hay comentarios:
Publicar un comentario