El friqui es un machista. La cosa es así de dura, aunque nosotros no
queramos verlo, tratamos a las mujeres de forma distinta que a los hombres. En
nuestra defensa diré que no es un machismo al estilo Paco Martínez Soria o John
Wayne (y ya que estamos con el vaquero, quisiera añadir que nunca he entendido
que consideren símbolo de macho a un tipo que viste camisa rosa, lleva un
pañuelo en el cuello y camina como si tuviera el culo escocido). Nuestro
machismo es diferente, reflexioné sobre ello leyendo unas páginas de Cels Piñol
donde una mujer entraba en una librería especializada y al lado había un friqui-bot.
El comportamiento del androide, aunque exagerado, no iba desencaminado. Las
mujeres para los friquis son como seres de otras esferas de realidad, estoy
seguro de que un vulcaniano sería aceptado con más naturalidad en una librería
especializada. Es por motivos parecidos a este por los que el friqui es un alma
solitaria, dedicada a la compilación de numerosos cómics. Solo hay dos maneras
de librarse de la maldición, una será renegando de su afición por otras
socialmente más aceptables como el alcohol o el tabaco. Pero en mi caso, eso
está fuera de mi alcance, imagínense, si no dejé de coleccionar los X-MEN ni
siquiera cuando los guionizó Lobdell...
La otra opción es la de llevar una doble vida, procurar que tu pareja
nunca descubra que eres un friqui, algo parecido a lo que hace Clark Kent con
Superman. Es lo que hago yo, fíjense, en los cinco años y pico que llevo casado
con mi mujer, ella no sabe todavía que en realidad uso gafas.
Pero no nos desviemos del machismo, una ventaja que tiene el nuestro, es
que a esto sí le podemos echar la culpa a la sociedad. En nuestra infancia se
procuró todo lo posible para facilitar una sima entre ambos sexos: colegios de
niños, colegios de niñas; deportes de niños, deportes de niñas; juguetes de
niños, juguetes de niñas; tebeos de niños, tebeos de niñas... Esta separación
la aceptaba el niño culturalmente y reafirmaba su personalidad integrándose
profundamente en su grupo. Así, el niño era también misógino. Por eso, en mi
barrio había una separación geográfica para los sexos: en una acera jugaban las
niñas a la comba, los cromos, el elástico o las palmitas y en la otra jugábamos
los niños a poli ladro, el bote, la guerra, las chapas o la lima. Y ¡ay! de aquel
que cruzara ese telón de acero que separaba ambos mundos, si cambiaba de bando
y se iba a la acera de enfrente, se convertiría en un apestado, en un paria, en
un mariquita; porque, además de misóginos, los niños éramos homófobos (no
esperéis una actitud madura entre niños de diez años). Aquello le pasó al
pobrecito de Rigoberto que cuando fue visto jugando al elástico, condenó su
infancia irremisiblemente.
Aquí está, el tío Zeb o el tito que todos hubiéramos querido tener... |
...y esta es la camiseta que todos tuvimos lo quisiéramos o no |
De hecho, yo mismo tuve que sufrir algo parecido. Sucedió en 1982, por
entonces, el único Logan que conocíamos no tenía garras, sino que era un
fugitivo del futuro; España ganaba por primera vez un óscar, estrenaron E.T., todo el mundo quería ser un
vaquero como el tío Zebulon Macaham y todos los niños teníamos como mínimo una
camiseta de Naranjito. Claro que hay cosas que no han cambiado mucho, como el
papel de la selección española en los mundiales, los discursos de los políticos
o la madurez de Drew Barrimore.
Mis vacaciones habían empezado antes de tiempo. Verán, en aquel año
visitaba el Papa por primera vez nuestro país y yo escuchaba por primera vez
una palabra que me inspiró para dibujar un cómic: papamóvil. Así que creé a Papamán
(así, con tilde y todo), un humilde periodista de la hoja parroquial se disfrazaba
por las noches del justiciero inmaculado para llevar la justicia y el modo de
vida cristiano por las calles de Vaticanópolis, con la inestimable ayuda de
Monaguillo y sus muchos recursos como el papamóvil, el papacóptero, la
papacueva (donde había un dragón de S. Jorge, una enorme estampita de S. Pancracio
y una oblea gigante) llevando finalmente la paz a base de hostias (de las
consagradas, cuidado). Se lo pasé a mis amigos y algún chivato se lo llevó a D.
Julio.
El cómic acabó en la basura y yo en una improvisada enfermería (el baño
de los maestros). El muy salvaje había roto la regla contra mi mano que, por
solidaridad, también se rompió. Me libré de hacer exámenes y deberes escritos y
solventé las preguntas orales gracias a la tartamudez que, no sé por qué, había
desarrollado en los últimos años desde que tuve a ese energúmeno como profesor.
Así fue como aprobé el cuarto curso. También ayudó el pacto que el profesor
hizo conmigo de aprobarme a cambio de que yo dijera a mis padres que mi lesión
me la había hecho jugando en el patio.
Terminé antes de tiempo y vagueé mucho por entonces. Pero ocurrió la
verdadera desgracia, no sé qué hice, pero me gané las iras de mi cruel hermana
mayor. Aquí descubrí una diferencia entre los hombres y las mujeres. Si mi
hermano se cabreaba conmigo, venía, me pegaba y fin. Si yo me cabreaba con mi
hermano, venía, me pegaba y fin. Pero si mi hermana se cabreaba conmigo, ella
esperaba y, después, atentaba contra algo mío a lo que yo le tuviese verdadero aprecio.
Le tocó a mi álbum de estampitas de Mazinger Z. Era mi tesoro (maldita hobbit).
Acabó hecho trizas, aquella serie había calado profundamente en mi generación.
Todavía se me pone el vello de punta cuando recuerdo al robot gigante saliendo
de la piscina. Grité, me enfurecí, y, de haber absorbido alguna radiación
gamma, seguro que toda la ciudad hubiera lamentado amargamente el que hubieran
destruido mi álbum.
-¡Me vengaré! –dije, intentando
poner la voz del doctor Muerte. Pero solo me salió la de Colly resfriado.
-No
te preocupes, Gúmer, yo te conseguiré un tebeo de Mazinger Z –me dijo mi madre,
aplacando mi ira.
De verdad, ¿en qué se parece este robot a Mazinger-Z? |
A
decir verdad es que mi álbum estaba en un estado deplorable y un tebeo nuevo
del robot gigante por excelencia era algo que no se podía desdeñar fácilmente.
Llegó la tarde y mi madre, con toda su buena intención, me entregó el tebeo de
Mazinger Z. Lo cogí ilusionado y no daba crédito a lo que vieron mis ojos. Ese
no era Mazinger Z. Era un robot hortera que ni siquiera tenía un parecido al de
la tele. ¿Dónde estaba su fuego de pecho? ¿Y el conde Bloque? ¿Quién era ese
nazareno que no salía en la tele y que se llamaba Misterio M? Mi ira no se
renovó inmediatamente porque, pese a mis diez años, sabía que mi madre me lo
había comprado con toda la ilusión del mundo y no quería desengañarla. Fingí
alegría y decidí esperar mi momento... como haría el Motorista Fantasma (Bueno,
la verdad que él lo que haría sería prender fuego a la habitación de mi hermana
e irse riendo...).
Este era el maldito cómic que me acarreó tanta desgracia |
Llegó el momento. Mi hermana se había marchado, así que invadí su
dormitorio y eché un vistazo para ver cuál sería el objeto de mi venganza. Me
impacientaba, porque ahí no había algo a lo que realmente nadie le daría
importancia: Nancys, Barriguitas, recortables y una cabeza de muñeca tamaño
natural (lo juro, la tenía, solía peinarla y maquillarla, pero a mí me daba
grima verla. Creo que se llamaba Lady algo)... Al final mi búsqueda halló su
fruto: mi hermana tenía unos cómics, de niña, pero cómics al fin y al cabo.
Había de muchos tipos, unos se llamaban Lily otros, Esther y otros, Janna. En
fin, nombres estúpidos, no como los cómics masculinos: Los Micronautas, Dan Defensor
o Supersonicman. No recuerdo cuál
cogí de aquel ridículo montón, solo sé que en la portada había una foto de los
Pecos.
Mi primera intención había sido romperlo, aquello hubiera sido una feliz
idea que me hubiese salvado del desastre que todo este asunto acarreó; pero no,
yo quería esconderlo para angustiarla y chantajearla al estilo villano de toda
la vida. Como ella conocía todos mis escondites secretos (que solo eran dos:
dentro del sofá-cama y detrás de los cajones de los calcetines), decidí
esconderlo en la calle. Aquello fue mi perdición. Salí con ese tebeo y,
desgraciado de mí, un imbécil me vio. Si me hubiera explicado con celeridad,
quizás hubiera podido salvarme, pero en lugar de eso, lo único que se me
ocurrió fue huir. Ya era tarde. Estaba apestado.
Miradlo, es mi vivo retrato, solo que yo con diez años era más viril... |
Me llevé todo el maldito verano escuchando entre risas cómo me llamaban
mariquita, además, todo esto había sido para nada, porque mi hermana ni
siquiera se percató de que le faltaba un cómic y, para colmo, Rigoberto quiso
ser solidario conmigo. Me recluí en mi casa y estuve sin salir semanas,
aburriéndome. En la tele solo echaban fútbol y telediarios. No podía más. Tenía
que ser como la Masa, enfadarme mucho un día y perder los estribos. Lo había
decidido, el primero que me llamase mariquita, rompería mi camisa, mis calzonas
y me liaría a leches con él, además, yo era como los tebeos de Zarpa de Acero,
no porque pudiera volverme invisible, sino por lo de la prótesis esa, yo tenía
un poderoso «vendaje con hierros» que despertaría el terror en el corazón de mi
enemigo.
Por desgracia, el primero que me dijo mariquita era más grande, más
fuerte y mayor que yo. No obstante, tenía fe en mi zarpa de acero y decidí
retarlo el día d (sábado) a la hora h (después del Show de la Pantera Rosa).
Llegó el día, fui furioso hacia mi adversario y ahí me di cuenta el
mérito que tiene Dan Defensor por esquivar todos los golpes sin ningún sentido
arácnido. Lo único que pude hacer fue golpear con los ojos cerrados a ver qué
pasaba (mira por dónde, en eso sí me parecía a Dan Defensor). Y pasó. Lo cabreé
más todavía y me pegó más fuerte. Yo seguía con los ojos cerrados y pegando con
la técnica del molino, hasta que le alcancé con mi zarpa en no sé dónde. Me
dolió a mí más que a él. Pero que mucho más.
Aquí está el Jan Europa ese. Curioso, recientemente lo han reeditado, tan olvidado no estaba... |
Al final mi lesión se resintió, pero frente al barrio dejé de ser un
mariquita y ascendí a pardillo. De mi adversario, bueno, después de esa pelea, estuvimos
enfadados un tiempo, pero al final aquello acabó más olvidado que los tebeos de
Jan Europa. Pude seguir odiando a las niñas con mis amigos y despreciando al
pobre Rigoberto que, aunque se llevó una infancia de mierda, en la adolescencia
se convirtió en nuestro ídolo conquistador.
La de vueltas que da la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario